El encuentro con la Luz.
Ya ni recordaba por qué estábamos tan cargados. Mi esposo me recordó mientras escribía estas líneas que eran los regalos para todos los integrantes de ambas familias, desde su abuela paterna hasta mi abuela, pasando ¡por supuesto! por todos los niños y varios no tan niños de mi familia. A causa de tanta compra rezagada la puerta principal ya estaba cerrada y salíamos por la puerta trasera del centro comercial Punta Carretas Shopping. Eran ya pasadas las siete de la tarde de la víspera de navidad y éramos literalmente de los últimos clientes de ese día.
Recuerdo la sensación de agobio típica de querer hacer mil cosas con el tiempo contado y las discusiones tontas de pareja que solo aumentaban el cansancio y el peso de las bolsas atiborradas.
Como era de esperarse, no había ningún taxi en la parada al lado de la puerta por la que escapábamos de ese edificio y era evidente que competir en la cuadra del shopping center por un medio de transporte en la era pre-Uber se nos presentaba como una aventura destinada al fracaso. La estrategia entonces fue caminar unas tres cuadras hasta la avenida Bulevar Artigas y rezar porque encontrásemos algún taxi que coincidiese en su camino de cierre de jornada prefestivo con nuestra propia direcció
No habíamos llegado a la esquina del shopping cuando nuestros planes son claramente desviados por un llamado. Entre los arbustos decorativos y nada frondosos del muro del shopping escuchamos un maullido, el típico maullido nasal y doloroso de un gato extraviado.
Cuando miramos hacia el muro vemos una mancha, una sombra negra de un cachorro que tribulaba entre esconderse detrás de las plantas y pedir con desesperación ayuda para saciar su hambriento abandono.
Mi egoísta exclamación fue “Nico, ni se te ocurra. No vamos a rescatar cada gato que nos encontramos en la calle. ¡Que ya rescatamos uno!” Ese “uno” había sido nuestra gata Lorenza hacía poco más de un año. Mi exclamación nunca tuvo menos resultados. Nico me mira y dice “No lo podemos dejar ahí.” y algo más sobre la navidad creo que me dijo, pero es seguro que atención no le presté porque ahí los recuerdos la verdad se me nublan.
Tengo la imagen de Nico con bolsas de supermercado sosteniendo una cosa negra como el carbón, y no solo negro por lo oscuro del pelaje sino por la mugre que tenía. Recuerdo como Nico lo cargaba y yo cargaba más bolsas aún que antes, porque claro, el rescatador no contaba ya con sus manos disponibles para acarrear tantas bolsas. Las cuadras hasta el Bulevar en busca de un taxi me fueron aún más agotadoras. También recuerdo pensar que es por esos gestos que amo a Nico.
Ya sobre la avenida, no me pregunten cómo, pero mientras disponíamos algunas bolsas en el piso de la vereda y yo cargaba algunas otras hasta la mitad de la calle con la esperanza que algún taxi frenase simplemente para no atrop ellarme, el gato se escabulló de entre
las manos de Nico. De alguna manera se metió entre las plantas de un edificio pituco del barrio Punta Carretas, con tal suerte que en esta ocasión las plantas eran más frondosas y oscuras y por un momento no supimos dónde estaba el nuevamente extraviado felino. Tampoco me pregunten cómo, pero terminé yo saliendo a buscar al gato y recogerlo mientras Nico cambiaba la suerte y lograba parar un taxi.
Como pudimos metimos las bolsas dentro del coche y así con un agobio aún mayor que al salir del mall partimos, pero no sin la clara indicación del taxista de que solo nos llevaría derecho por Bulevar Artigas hasta el cruce con nuestra propia calle, lo que nos dejaría con 3 cuadras de caminata hasta nuestra casa, cargando muchas bolsas y un gato a nuestras espaldas
Para evitar conflictos gatunos durante nuestra ausencia, esa noche dejamos al refugiado dentro del baño con la puerta cerrada, con agua y comida suficiente hasta que cada uno, Nico y yo, volviese pasadas las doce de sus respectivas casas de familia. Lorenza detectó que algo pasaba, pero no llegó a descubrir aún que su feudo había sido invadido. Logramos al menos retrasar el impacto emocional hasta más adelante cuando pudimos “controlar” el encuentro con el foráneo.
Evitamos el contacto entre los dos gatunos hasta que llevamos al pordiosero a la veterinaria que atendía a Lorenza, la cual se localizaba a menos de 4 cuadras de nuestra casa.
El miedo que nos llevó a aceptar la luz.
Había logrado convencer a Nico que después de atenderlo como correspondía y dejarlo sano íbamos a ponerlo en adopción y encontrarle una familia permanente, la cual NO íbamos a ser nosotros. Nico aceptó a regañadientes. Aún me sorprendía cómo alguien que solía odiar los gatos podía sentirse tan prendado a un ser hallado por azar y rescatado en un momento de debilidad navideña. La culpa de este cambio la tenía Lorenza que con su orgullo indiferente había conquistado su corazón.
En la veterinaria le hicieron todas las cosas típicas que le hacen a los animales rescatados, vacunas, antipulgas, indicaciones sobre la alimentación, etc. El gato tenía unos 3 o 4 meses y parecería que, aunque no tan pequeño de tamaño, mostraba algunas secuelas de la subalimentación que había sufrido. Su columna no parecía tan derecha y sus garras, especialmente las delanteras, estaban torcidas, claro indicio de falta de calcio y buena nutrición.
Durante la consulta le explicamos a la veterinaria de “nuestros” planes para el futuro del minino, pero en ese momento nuestra vida terminó de dar el giro que yo intenté vanamente evitar. La veterinaria, una muchacha joven y empática, nos explicó la dura realidad de los gatos negros, la mayoría no encuentran familia que los adopten, los gatos negros son mal vistos y muchas personas bajo un paradigma racista no declarado no los adoptan; lo segundo que nos contó fue el golpe de gracia que le faltaba a mi lucha, desde un comienzo condenada, para arribar a su total fracaso: algunos gatos negros cuando son adoptados terminan siendo víctimas de sacrificios en religiones paganas. En ese momento yo mismo tuve que decir “Entonces se queda con nosotros”.
Nunca íbamos a pasar por el riesgo de que alguien le hiciese daño a la cosa esa negra que nos miraba con miedo sobre la mesa de examinación.
Encuentro gatuno del tercer tipo.
Cuando volvimos de la veterinaria, ya con el gato limpio y atendido, hicimos lo que no hay que hacer: enfrentamos a ambos gatos de un sopetón. Nuestra idea de “ambiente controlado” no era muy desarrollada y no respetamos las recomendaciones sabidas por la mayoría de los miembros de la religión gatuna y que dicen que los gatos deben darse a conocer en etapas. Hoy, a fuerza de los hechos, somos los primeros en evangelizar en esta buena práctica.
Nuestro “no plan” fue simple, pusimos uno frente al otro a poco más de un metro de distancia y contemplamos sus reacciones con un claro miedo por la posible reacción de Lorenza. Ambos cruzábamos los dedos en nuestro interior.
Lorenza se acercó con cautela y él se quedó quieto con ese miedo humillado de estar frente a alguien más poderoso. El poderío de Lorenza no tardó en hacerse notar con un zarpazo petulante y un siseo amenazante ante el cual el pobrecito solo atinó a agazaparse aún más atemorizado. De nada sirvió que la diferencia de tamaño no fuese de gran relevancia; Lorenza era menuda para su año de vida, y él era evidentemente grande para su joven edad e historial famélico, pero aquí la que mandaba era ella.
Poner un nombre no te da ningún poder especial.
No es verdad la creencia que dice que poner un nombre a algo o alguien te da poder sobre este. Creo que ese mismo día que regresamos con el rescatado, yo, que era el ponedor oficial de nombres de la casa (mi historial ya contaba con nombrar a una gata y un peluche regalado por mi tía Delia) propuse llamarlo Little Shadow, a lo que Nico me miró con cara de “no seas ridículo” y así acepté la versión en español: Sombrita.
Es extraño cuán claro es, pero Sombrita vino para acompañar a Nico. Tal vez yo le di su nombre, pero el corazón de Sombrita siempre fue de Nico.
Durante los años que Sombrita nos acompañó, Nico hizo un master de larga duración y la mayor parte de un doctorado que le llevó muchas noches en vela sumergido entre papeles y una o varias pantallas. No hubo una sola noche que Sombrita no lo acompañase subido al escritorio, incluso sobre el brazo que manejaba el mouse de la laptop.
Yo nunca hubiese podido ser tan buen compañero y generoso como lo fue Sombrita con Nico. Y por eso siempre le estaré agradecido. Mi esposo tuvo la mejor compañía que podría haber esperado durante tantas y tantas noches de insomnio estudiantil.
Digamos que fue como las dos Coreas.
La relación de Sombrita y Lorenza nunca fue gran cosa, tras un breve tiempo de adaptación en la que Lorenza siseaba y rezongaba solo de sentir su olor en el plato de comida pasó a aceptar su presencia y por unos meses hasta parecía que se iban a llevar bien.
Hubo varios momentos de tregua a lo largo de los años que nunca duraron mucho. Hay fotos de diferentes etapas de ellos compartiendo la cama durmiendo uno al lado del otro, incluso ambos apoyados sobre mis piernas o el cuerpo de Nico como colchón. Esos tiempos de idilio nunca fueron firmes ni de larga duración porque sistemáticamente Lorenza les puso fin. No lo hacía de mala, era más de sentirse intimidada o celosamente apabullada.
A medida que Sombrita crecía a un ritmo mucho mayor que Lorenza, el tamaño de él amedrentaba el orgullo de ella. A los intentos de jugar de este, cada vez con mayor intensidad la respuesta era un rechazo visceral. Supongo que si alguien que es el doble de tamaño que tú te salta arriba, independientemente que sea con ánimo de jugar, es entendible que te sientas amenazado.
Pero había algo más, Lorenza siempre le tuvo celos. Ante la bonhomía y simpatía de Sombrita, Lorenza solo podía retraerse y marcar distancia. No llevaba bien eso de tener que compartir reinado y menos con el que vino detrás de ella.
Una salud inestable.
Ambos gatos han tenido sus vaivenes de salud. Por ejemplo, Lorenza tuvo anorexia por estrés de jovencita, creemos que ocasionada por la presencia de Sombrita. Sombra, por su parte, tuvo durante más de un año una infección urinaria que resistía todos los antibióticos. Esta infección, además de los problemas propios de la enfermedad que incluyeron sangrado y secreción de fluidos, así como un engrosamiento de su vejiga, generó otras complicaciones incluyendo heridas en la debilitada vejiga. Esas heridas eran causadas por el estrés que sufría de ser forzado diariamente, a veces más de una vez al día, a tomar antibióticos y antinflamatorios. Al mismo tiempo, no recuerdo cuántos exámenes se le hicieron, incluyendo punciones directamente a su vejiga para analizar la orina y ecografías abdominales.
A pesar de todo lo que sufrió durante todo ese tiempo nunca se quejó. Nunca hubo un maullido de dolor, ni un cambio de genio a peor, nunca estuvo de mal humor durante todo ese largo año y siempre cumplió con su rol de compañero.
Nervios como de pajonal.
Sombrita siempre fue miedoso, como los personajes cómicos de las malas películas, que quieren hacerse los valientes y terminan metiendo la pata. No pocas veces se escapó por la azotea y tuvimos que ir a buscarlo porque no recordaba cómo regresar a nuestra casa. Por suerte no había manera desde las azoteas de bajar a la calle.
Una vez, durante unas reformas en la casa, estuvo todos los días de esa larga semana ceñido detrás de un ropero. Todo el día apretado en un espacio que era más angosto que su redondo cuerpo. Estaba literalmente aplastado entre la pared y el ropero, con el polvo de la reforma cayéndole encima y soportando los ruidos de material desplomándose y de martillazos funestos. No bebía, ni comía, ni hacía sus necesidades porque el miedo lo congelaba. Mientras tanto, Lorenza recorría la casa, el corredor exterior y la azotea a sus anchas sin importarle los ruidos, el polvo ni los desconocidos trabajando de 8 a 5. Sombrita sin embargo no se movía de ese caparazón imaginario de cangrejo ermitaño hasta que los ruidos hubiesen cesados y los obreros se hubiesen ido. Su rechoncho cuerpo demandaba una muda a un caparazón de mayor tamaño pero al día siguiente era del mismo tamaño que el ropero y la pared le otorgaban; a causa del peso del ropero y la moquette que recubría el piso no teníamos manera de moverlo y hacerle más espacio. Eso sí, cada noche cuando íbamos a verlos él salía de su escondite y nos recibía con cara de asustado y un gran mimo sin rencor por el abandono diario.
Su mundo se reducía a nosotros dos, si alguien entraba a la casa, él corría a esconderse debajo de las mantas de la cama donde pasaba todo el día durmiendo, solo saliendo a la noche donde acompaña a Nico. Ni la presencia de mi madre que iba regularmente a la casa lo aventuraba fuera de ese escondite.
Incluso yo era una fuente de estrés porque era el rezongón que más veces le daba los medicamentos y subía la voz cuando hacía algo terrible como empujar a su hermana fuera del plato de comida. Muchas veces pobrecito, no siempre sabía si yo lo que quería era acariciarlo o rezongarlo y eso que nunca se los maltrató, pero el miedo era parte inseparable de su personalidad.
Solo se sentía en total tranquilidad con Nico, o conmigo si yo ya estaba acostado, en ese momento venía un rato a hacerme compañía. Cuando me acompañaba a descansar era solo hasta que Nico llegase, en ese momento indefectiblemente se movía hacia el lado de Nico quien lo dejaba dormir con total tranquilidad. Nico dormía en las posiciones más incómodas solo para que Sombrita estuviese feliz.
El adiós.
Hacia noviembre de 2020 Nico notó que Sombrita no estaba comiendo. Lo empezamos a controlar más y haciendo cuentas hacía casi una semana que no comía. El tiempo pasa volando y la verdad aún me pregunto cómo no nos dimos cuenta antes. Lo llevamos a la veterinaria y la revisión fue contundente: Sombrita tenía Lipidosis Hepática. Básicamente por alguna razón perdió el apetito y como dejó de comer y era gordito su hígado se empezó a llenar de grasa.
Las veterinarias que lo atendían eran claras en el riesgo que implicaba, la mayoría de los gatos con esta patología se mueren y el tratamiento es simple pero arduo para ambas partes: alimentarlo en forma regular y correcta así su hígado se desintoxicaba y su salud volvía.
Empezamos una batalla de medicación y darle comida en forma forzada, controles día por medio en la veterinaria y darle más comida como a un bebé. Jeringa tras jeringa era llenada con diferentes complementos alimenticios y administrados a la fuerza. Él se defendía, pero nunca nos atacó y pesar del miedo se dejaba controlar y pinchar por los veterinarios una y otra vez con solo algún intento de huir de la tortura que nunca entendería era por su bien.
La ternura de Sombrita era infinita.
Por esos días, después de tres meses de negociaciones con la empresa dueña del apartamento logré semi coordinar varios arreglos con el fin de acomodarnos más en la que por contrato sería nuestro hogar por varios años más. Por supuesto que no se hicieron todos los arreglos juntos. Una semana fue cambiar un radiador, otros días fue pintar y otra semana fue poner unos muebles en la cocina y el baño. Esta ida y venida de ruidos, gente y olores aumentó su estrés y no ayudó a su mejora. Nico me tiene un rencor dolido por eso, yo también me lo tengo a mismo.
Hacia finales de diciembre tras terminar con los arreglos, Sombrita mostró idas y venidas en su salud, aunque algunos exámenes mostraron cierta mejoría y estábamos esperanzados. A principios de enero tras varios tratamientos de pasarle medicación y suero para robustecer su salud decidimos que teníamos que internarlo. No tanto para salvarle la vida sino para terminar de curarlo y acelerar su recuperación que parecía un logro no tan lejano.
Yo me iba supuestamente a Uruguay el 8 de enero, el día anterior a irme, el día 7, lo llevamos al hospital en el que ya habían tratado exitosamente dos veces a Lorenza, una vez por un posible ictus y otra por su dañado riñón. La idea era que Nico no lo tuviese que llevar solo más tarde. Había estado nevando ya y el taxista nos dijo que no aseguraba poder llegar hasta el hospital pero que intentaría ir lo más cerca posible. Por suerte nos dejó a menos de una cuadra del lugar.
Nico entró con él a la consulta. Yo no podía acompañarlo por el protocolo impuesto debido al COVID. Sombrita fue ingresado a internación directamente tras la consulta.
No me despedí, no lo sentimos necesario. No estaba tan mal. Incluso los últimos exámenes daban mejor.
Ese 7 de enero fue un día normal de internación, más de evaluación y exámenes que verdadero tratamiento.
El día 8 a la mañana, ya nevando con cierta intensidad, le hacen una intubación esofágica para darle el alimento directamente por garganta. Algunos valores de los análisis dan bien y otros no tanto. A la tarde, Filomena, la peor tormenta en 50 años golpea Madrid con todas sus fuerzas. Yo no me voy, el aeropuerto está cerrado por la tormenta.
El 9 avanza con noticas de estabilidad, pero no buenas noticias realmente. A la mañana del día 10 nos avisan que Sombrita se había sacado el tubo de alimentación y la herida se había infectado. No hay manera de ir a verlo, la tormenta había inmovilizado Madrid ya por dos días, con la gran mayoría de calles y avenidas bloqueadas por la nieve.
A la madrugada del 11 nos llaman para avisarnos que Sombrita está mal, no ha reaccionado a los esfuerzos por restablecerlo. Debemos estar preparados para lo peor.
A los 10 minutos nos vuelven a llamar. Sombrita había muerto.
“Se nos fue Sombrita.” Esas fueron las palabras de Nico que resonarán por siempre en mi corazòn.
Nico y yo nos sentimos en una enorme soledad. La soledad de perder una parte de nuestras vidas. La tristeza se alojó en nuestros corazones como no esperábamos tener que recibirla, al menos no en esa oportunidad. La esperanza había sucumbido y perdido la batalla ante un golpe del destino sin vida ni futuro.
Como la tormenta recién había pasado todo Madrid seguía bloqueada. Filomena había tapado con un metro de nieve gran parte de la ciudad y eran pocas las vías despejadas. Salvo en coches especiales o con cadenas en las llantas el tránsito estaba prohibido.
No había forma de ir al hospital que estaba al otro lado de la ciudad. Llamaba desesperado a todos los servicios de taxis y coches con chofer de la ciudad sin éxito. El tránsito es finalmente autorizado algunas horas más tarde y con muchas restricciones.
Recién a las 11hrs de la mañana conseguí un taxi que nos levantaría a las 13hrs a 6 cuadras de nuestra casa y no prometía dejarnos en el hospital sino solo lo más cerca que la nieve se lo permitiese. La historia parecía repetirse, pero hoy nuestras manos estaban vacías…
La quietud y blancura de la ciudad nos acompañó en uno de los viajes más largos de nuestras vidas. La nieve nos recordaba el frío que enfrentaríamos momentos más tarde. La desesperación dio paso el miedo a un futuro cierto y crudo. El deseo de llegar pronto se peleaba con la realidad. Nuestros cerebros aún procesaban la noticia y luchaban con la negación.
Esperando en la sala vemos a una muchacha con túnica de enfermera sosteniendo una mantita envuelta. Era Sombrita. Fuimos a un consultorio a despedirnos del que alguna vez fue el mejor compañero, del gato más cariñoso. Era el cierre de una etapa de nuestras vidas.
Pocas veces he visto a Nico llorar, nunca como ese día. Sombrita se fue y se llevó un pedacito del corazón de mi esposo. Lo supe con la seguridad más incuestionable en mi corazón.
Fue una despedida insoportable que solo se alivia pensando en lo feliz que nos hizo, especialmente a Nico y que le dimos una vida que aquella navidad parecía perdida.
Sombrita fue cremado y depositadas en un lugar al que ir si nuestras almas piden ir a visitarlo.